| La Pasión de Cristo | 

La Pasión de Cristo de Mel Gibson, representa 
    los sufrimientos de Cristo desde el punto de vista católico. La película ha 
    despertado un gran interés, nacional e internacionalmente, y también ha provocado 
    alguna acalorada controversia. Sin embargo, no debería haber controversia 
    en cuanto a que el hecho que la película de Mel Gibson intenta retratar, fue 
    el evento más importante que alguna vez ha tenido lugar en la historia del 
    mundo. La cruz de Cristo es el punto focal de toda la historia. Lo que sucedió 
    hace casi 2000 años y por qué sucedió 
    es de una importancia crucial. Para aprender acerca del significado de la 
    pasión del Señor y de cómo nos afecta a cada uno de nosotros, debemos dirigirnos 
    a las páginas de la Santa Biblia, la infalible Palabra de Dios.
¿Qué Significa el Término “Pasión”?
El 
    término “pasión” viene de una palabra latina que significa “sufrimiento”. 
    Es similar a la palabra griega “pathema” que significa simplemente “sufrimientos” (del verbo 
    pascho, 
    sufrir). Este término griego es usado por Jesús Mismo, quien predijo Sus propios 
    sufrimientos: 
    “Desde entonces comenzó 
    Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer 
    mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y 
    ser muerto, y resucitar al tercer día” (Mateo 16:21 y ver Mateo 17:12). En 
    las horas finales, antes de morir, el Señor Jesús sufrió de muchas maneras, 
    antes de la cruz y en la cruz. Quiera el Dios de la verdad darnos entendimiento 
    en estas materias de gran importancia.
¿Podemos Realmente Confiar 
    en los Relatos de los Evangelios?
Hay cuatro 
    evangelios que relatan fielmente los momentos clave de la vida de Cristo. 
    Especial atención es dada a los sufrimientos y a la muerte de Cristo. Por 
    ejemplo, en Mateo, Marcos, Lucas y Juan, se dice mucho más acerca de los sufrimientos 
    y la muerte del Señor que acerca del nacimiento del Señor en Belén. La última 
    semana de vida de nuestro Señor es cubierta con mucho detalle, especialmente 
    las últimas doce horas de Su vida. 
Hay abrumadora 
    evidencia que apoya la confiabilidad de los informes de los cuatro evangelios, 
    aunque los críticos incrédulos están ciegos en cuanto a estas cosas. En los 
    cuatro evangelios encontrarás historia verdadera que relata, de manera precisa, 
    eventos reales y conversaciones reales, tal como ocurrieron. Dicho de manera 
    sencilla, encontrarás toda la verdad. Observa como termina Juan su evangelio: 
    “Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas; 
    y sabemos que su testimonio es verdadero” 
    (Juan 21:24). Dios ha tenido a bien darnos una narración precisa de la vida 
    de Cristo (los cuatro Evangelios), usando como Sus escribientes a hombres 
    que fueron testigos verdaderos de las cosas sobre las cuales escribieron.
La gente 
    que niega lo que los cuatro evangelios enseñan, lo hace usualmente por razones 
    que indican un simple hecho: INCREDULIDAD. Puesto que el mensaje no es de 
    su agrado, tratan de desacreditar a los mensajeros. No te dejes engañar por 
    algunos ilustres profesores o por algunos clérigos eruditos que dicen a la 
    gente que el mensaje de los evangelios no puede ser tomado en serio. Hay miles 
    de personas que pueden testificar de cómo el mensaje de los Evangelios, especialmente 
    el mensaje de la crucifixión y resurrección del Señor, ha transformado sus 
    vidas.
Antes de 
    rechazar el mensaje de los Evangelios, ¿por qué no tratas de leer uno de ellos?
¿Qué Sufrimientos Específicos Tuvo Que Soportar?
Considere 
    los siguientes (no están necesariamente en orden cronológico):
2.- ÉL fue traicionado con un beso por uno de Sus discípulos (Lucas 22:47-48).
3.- ÉL fue arrestado por un grupo armado de policías del templo (Lucas 22:52).
4.- Él fue llevado con premura por una serie de juicios ilegales (los cuatro evangelios narran ésto).
5.- ÉL fue abofeteado con un severo golpe 
    por un alguacil del sumo sacerdote (Juan 18:22); y luego, otros lo abofetearon 
    de igual manera      (Mateo 26:67).
7.- ÉL fue golpeado, se le propinaron puñetazos (Mateo 26:67).
9.- Fue menospreciado y escarnecido y vestido de una capa (Lucas 23:11).
Nada 
    era más brutal que los latigazos romanos, excepto la cruz romana. Considere 
    lo siguiente:
“Esos latigazos eran una horrible tortura. El látigo romano consistía de 
    un mango corto unido a varias correas, cuyos extremos tenían atados pedazos 
    de plomo o cobre y pedazos de huesos muy filudos. Los azotes se daban mayormente 
    en la espalda desnuda e inclinada. A veces el cuerpo era desgarrado y lacerado 
    a tal extremo, que las venas y arterias internas- a veces aún las entrañas 
    y los órganos interiores- quedaban expuestos. Esta 
    flagelación, de la cual estaban eximidos los ciudadanos romanos, muchas veces 
    tenía como resultado la muerte” (William Hendriksen, 
    John, p.414).
|  | 
11.- ÉL fue coronado de espinas y sometido a más injurias (Marcos 15:17:30).
12.- 
    Fue obligado a llevar Su propia cruz al lugar de la ejecución (Lucas 23:36).
13.- 
    ÉL fue crucificado, es decir, clavado a una cruz de madera (Lucas 23:33).
14.- 
    ÉL fue traspasado con una (Juan 19:34; aunque aquí ya había muerto).
15.- 
    ÉL 
    llevó el castigo por los pecados de todo el mundo (1 Juan 2:2; Juan 1:29)
Este último 
    punto es el más significativo y es la razón por la cual fueron permitidos 
    todos Sus demás padecimientos. Este es el quid de todo el asunto. No entender 
    ésto lleva a muchas y variadas opiniones que impiden que una persona reciba 
    le ayuda que necesita. Todos los demás padecimientos que Cristo soportó son 
    como nada comparados con la ira y el juicio que ÉL sufrió como el Portador 
    de pecado y como el Sustituto de los culpables. “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 
    Pedro 3:18). “Quien llevó ÉL mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre 
    el madero” (1 Pedro 2:24). Puesto que este punto es tan importante, hablaremos 
    más sobre eso más adelante.
¿Merecía ÉL Estos Sufrimientos?
El Señor 
    Jesús no merecía en absoluto Sus sufrimientos. Una de las tragedias del sistema 
    judicial criminal es que a veces hombres inocentes son castigados y hasta 
    ejecutados. Hombres inocentes sufren a veces sin causa.
Nunca ha 
    habido un hombre tan inocente como Jesucristo. No era culpable de crimen alguno. 
    ÉL no había quebrantado ninguna ley. ÉL guardó perfectamente los mandamientos 
    de Dios y siempre hizo lo que era agradable a los ojos de Dios (Juan 8:29). 
    ÉL era sin pecado (Hebreos 4:15). ÉL no conoció pecado (2 Corintios 5:21). 
    En ÉL no había pecado (1 Juan 3:5). ÉL no cometió pecado (1 Pedro 2:22). ÉL 
    es descrito como un cordero sin mancha y sin contaminación (1 Pedro 1:19).
Aún los enemigos 
    del Señor reconocieron la impecabilidad del Señor. Pilato, el gobernador romano, 
    no encontró falta alguna en ÉL (Juan 19:4). Judas dijo, “he entregado sangre 
    inocente” (Mateo 27:4). Uno de los criminales que murió cerca de Jesús dijo, 
    “Este hombre ningún mal hizo” (Lucas 23.41). ¡El Hombre más perfecto que jamás 
    ha vivido sobre esta tierra fue ejecutado como un criminal!
¡Qué contraste 
    hay entre nuestras vidas y la del impecable Salvador! ÉL era inocente; nosotros 
    somos culpables (Romanos 3:19). ÉL cumplió perfectamente la ley de Dios; nosotros 
    no hemos obedecido la ley de Dios y hemos quebrantado Sus Diez Mandamientos. 
    ÉL era sin pecado; nosotros hemos pecado repetidas veces a lo largo de nuestra 
    vida: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” 
    (Romanos 3:23). ÉL era justo; nosotros somos injustos: “Porque no hay justo, 
    ni aun uno” (Romanos 3:10). ÉL no merecía morir la muerte que ÉL murió; nosotros 
    merecemos la pena de muerte: “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 
    6:23).
Note la siguiente lista de pecados que da a conocer lo 
    que hay en nuestros corazones. Si somos honestos, debemos reconocer que todas 
    estas cosas se encuentran de alguna manera en nuestros corazones, activa o 
    inactivamente, abierta o encubiertamente: “Estando atestados de toda injusticia, fornicación, 
    perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, 
    engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, 
    injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, 
    necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas 
    son dignos de muerte (Romanos 1:29-32). Al estar ante un Dios santo, somos 
    culpables, estamos condenados y somos dignos de muerte.
Sus Sufrimientos Fueron Voluntarios
Es muy importante 
    entender que Jesucristo fue a la cruz voluntariamente. ÉL no fue obligado 
    a hacerlo. ÉL no fue llevado en contra de Su voluntad. ÉL escogió poner Su 
    vida por nosotros. Fue Su amor por nosotros lo que le llevó a morir por nosotros.
El Señor Jesús dijo ésto: “Por eso me ama el Padre, 
    porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la 
    pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. 
    Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:17-18). Note que ningún hombre 
    podía quitarle la vida, sino que ÉL voluntariamente escogió poner Su vida: 
    “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:11).
Hubo otros momentos en que los enemigos del Señor trataron de matarlo, 
    pero les fue imposible hacerlo. En una ocasión en Nazaret ellos trataron de 
    despeñarle: “y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron 
    hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, 
    para despeñarle. Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue” (Lucas 4:29-30). 
    En otras ocasiones ellos trataron de apedrearlo, pero no pudieron hacerlo 
    (ver Juan 8:59 por ejemplo). 
Finalmente, cuando llegó Su hora de morir, el Señor Mismo permitió 
    ser arrestado en el huerto de Getsemaní. Un grupo de hombres vino con antorchas 
    y linternas y armas, todo esto con el objeto de apresar a un hombre desarmado. 
    Cuando Simón Pedro tomó la espada y trató de usar la fuerza, el Señor le dijo 
    que guardara su espada. Luego le dijo, “¿Acaso piensas que no puedo ahora 
    orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?” Jesús 
    podría haber orado y haber pedido a Dios que enviara un gran ejército de miles 
    de ángeles para librarlo de Sus enemigos, pero el Señor nunca hizo esta petición 
    (ver Mateo 26:52-53). ÉL sabía que la voluntad de Dios para Él era que continuara 
    Su camino a la cruz.
Ningún hombre pudo quitarle la vida a Jesús. Él voluntariamente decidió 
    ir a la cruz. “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo 
    Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1 Timoteo 1:15).  “Porque el Hijo del Hombre 
    vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). Un escritor, 
    comentando el sacrificio voluntario de Cristo, lo explicó así:
La muerte de Cristo no fue un asesinato, porque un hombre asesinado 
    es un hombre indefenso. Su vida le es quitada en contra de su voluntad. Pero 
    la vida de Cristo no le fue quitada de esta manera. Hablando de Su muerte, 
    Jesús dijo, “Nadie me la quita, sino que yo de Mí Mismo la pongo”. De modo que la muerte de nuestro Señor fue 
    voluntaria. ÉL descendió del cielo a la tierra para morir. Pero oigo a alguien 
    decir, “Una muerte voluntaria es suicidio”. ¿Era Cristo entonces un suicida? 
    ¡Mil veces no! Una muerte voluntaria es ciertamente un suicidio, a menos que 
    (y esto es importante) sea a favor de la vida de otro. Y en el caso de Cristo 
    fue para la vida y salvación de muchas pobres almas perdidas. Si vieras a 
    una mujer entrar sin motivo alguno, en una casa que se está incendiando y 
    ella perece en las llamas, dirás que ella ha cometido suicidio. Pero si tú 
    sabes que allí hay un niño al que ella trata en vano de salvar, tú lo llamas 
    un sacrificio. Tu dirás: “Ella dio su vida por alguien a quien amaba”. La 
    muerte de Cristo entonces, siendo voluntaria a favor de aquellos que ÉL vino 
    a salvar, no fue asesinato ni suicidio, sino un bendito SACRIFICIO.
¿Qué Hizo que los Sufrimientos de Cristo 
    Fueran Únicos?
Muchos hombres 
    murieron en cruces romanas. Después de la fracasada revuelta de los esclavos 
    encabezada por Espartaco contra Roma en 71 A.C., 
    seis mil de sus seguidores fueron clavados a cruces a lo largo de la Vía Apia 
    (Grant, Historia 
    de Roma). Flavio Josefo, un historiador judío, dice que al menos quinientos 
    judíos fueron crucificados diariamente durante el asedio de Jerusalén por 
    los romanos bajo Tito en el año 70 D.C. (Las 
    Guerras de los Judíos 5.11.1). ¿Qué hizo que la crucifixión de Cristo 
    fuera tan única?
Jesús estuvo 
    en la cruz durante seis horas, desde las 9:00 a.m. hasta las 3:00 p.m. Pero 
    muchos criminales sufrieron en las cruces por mucho más tiempo, quizás hasta 
    por dos o tres días. Algunos criminales fueron azotados o flagelados tan severamente 
    que morían a causa de los latigazos y nunca llegaron a ser crucificados. Jesús 
    no fue azotado hasta este punto.
Otras personas 
    han sido torturadas de maneras tan dolorosas o aun más dolorosas que la crucifixión. 
    Muchos mártires cristianos fueron muertos de maneras horribles, inmisericordes 
    y crueles. Cualquiera que esté familiarizado con “El Libro de los Mártires” de John Fox, 
    sabe algo de los horrores de ciertas formas de tortura que eran usadas contra 
    la gente a través de los siglos. ¿Qué hizo entonces la muerte de Cristo tan 
    única, en vista del hecho que tantos otros han tenido que soportar inimaginables 
    sufrimientos que los han llevado a la muerte? 
Es interesante 
    que los escritores de los evangelios nos den pocos detalles de la crucifixión 
    de Cristo. Podríamos haber esperado que nos describieran todos los sangrientos 
    y repulsivos detalles de lo que Cristo tuvo que soportar durante esas horas 
    de tortura, pero no lo hicieron. Por ejemplo, el escueto relato de Lucas describe 
    el evento con pocas palabras: “Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, 
    le crucificaron allí” (Lucas 23:33). 
Dios el Espíritu 
    Santo (el Autor Divino de las Escrituras) tenía una razón para no destacar 
    los sufrimientos físicos de Cristo. No fueron los sufrimientos físicos los 
    que hicieron tan terrible la muerte de Cristo. La muerte que Cristo murió, 
    implicó una agonía y sufrimientos mucho mayores que las muertes que han muerto 
    otros hombres. Ningún hombre podrá decir jamás, “La muerte de Cristo fue nada 
    comparado con lo que yo tuve que pasar”. No, la muerte de Cristo fue única. 
    
Si vemos 
    solamente el aspecto físico de la crucifixión, entonces no habremos comprendido 
    el verdadero sentido. Lo que hizo tan significativo los sufrimientos y la 
    muerte de Cristo no es lo que los judíos le hicieron a Jesús y no era lo que 
    los romanos le hicieron a Jesús. El verdadero 
    significado de los padecimientos y de la muerte de Cristo engloba 
    lo que Dios el Padre le hizo a Jesús cuando ÉL sufrió el castigo por nuestros 
    pecados. Dios tiene que castigar el pecado, y si Dios nos castigara 
    a nosotros por nuestros pecados, todos estaríamos condenados al infierno para 
    siempre. Pero el Salvador, por amor, estuvo dispuesto a morir en nuestro lugar, 
    como nuestro Sustituto, para tomar sobre Sí Mismo el castigo que nosotros 
    merecíamos.
No culpes 
    a los judíos por la muerte de Cristo. No culpes a los romanos. Si quieres 
    culpar a alguien, mira al espejo y ve al pecador por quien Cristo murió. La 
    ira y el enojo y el juicio de Dios contra el pecado, que debería haber caído 
    sobre ti, cayó en cambio, sobre Cristo. “Cristo padeció por los pecados (por 
    tus pecados), el Justo por los injustos” (1 Pedro 3:18).
El profeta Isaías habló acerca del Mesías que vendría 
    y de lo que realizaría en la cruz. Medita atentamente en estas palabras: 
“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; 
    el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. 
    Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; 
    mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:5-6).
Isaías también 
    dice que ÉL fue “azotado” y “herido por Dios” (Isaías 53:4) y ÉL fue “quebrantado” 
    por Dios (Isaías 53:10). Es cierto, los judíos y los romanos golpearon a Cristo 
    de muchas maneras, pero los golpes que eran infinitamente más significativos 
    fueron los infligidos por la mano del Todopoderoso Dios cuando estaba castigando 
    a nuestro impecable Sustituto por los pecados que nosotros cometimos. 
ÉL No Sufrió Por Sí Mismo
Daniel predijo 
    que “se quitará (morir una muerte violenta) la vida al Mesías, mas no por sí” (Daniel 9:26). ÉL murió 
    “por nuestros pecados” (1 Corintios 15:3). ÉL “llevó nuestros pecados en Su 
    cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24). ÉL no merecía estar en aquella cruz. 
    Nosotros lo merecíamos. Pero ÉL tomó nuestro lugar. 
Sir James 
    Simpson, el inventor del cloroformo, escribió los siguientes 
    párrafos para explicar el significado de la muerte de Cristo como nuestro 
    Sustituto:
Cuando era un niño en mi hogar, vi algo que nunca olvidaré. 
    Vi a un hombre atado a una carreta y arrastrado por las calles del pueblo. 
    Su espalda estaba desgarrada y sangrando por muchos latigazos. Fue un castigo 
    vergonzoso. ¿Por causa de muchas ofensas? No, por una sola ofensa. ¿Algún 
    ciudadano se ofreció a compartir los latigazos con él? No, el que cometió 
    la ofensa sufrió él solo el castigo. El fue también la última persona en sufrir 
    ese castigo, porque la ley luego cambió. 
Cuando era un estudiante en la universidad, vi otra cosa 
    que nunca olvidaré. Vi a un hombre condenado a muerte. Sus brazos estaban 
    atados, su cara estaba pálida como la muerte —miles de ojos ansiosos estaban 
    fijos en él cuando salió de la cárcel. ¿Algún hombre pidió morir en su lugar? 
    ¿Vino algún amigo a desatar la cuerda y decir, “Pónganla alrededor de mi nuca; 
    yo moriré en su lugar”? No, él fue sometido a la sentencia de la ley. ¿Por 
    muchas ofensas? No; por un delito de robo. El quebrantó la ley en un punto 
    y murió por ello. El también llevó el castigo por una ley que cambiaría. Fue 
    el último caso de pena capital ejecutada por el delito de hurto.
Años más tarde, vi otra cosa que nunca olvidaré. Vi mi 
    propia alma herida y sangrante por años viviendo en pecado. Sentí la vergüenza 
    por todos mis pecados que estaban a la vista de un Dios Santo. Me vi a mi 
    mismo como un pecador condenado, estando al borde del castigo eterno en el 
    lago de fuego. ¿Por un pecado? No, por muchos, muchísimos pecados cometidos 
    contra Dios. ¿Alguien se ofreció a cargar mi sentencia? Sí, miré nuevamente 
    y vi a Jesucristo ofreciéndose a ser mi Sustituto. ÉL llevó en Su cuerpo en 
    la cruz todo el castigo por mi pecado (1 Pedro 2:24). ÉL murió, para que yo 
    pudiera vivir. Él sufrió – el Justo por el injusto –para llevarme a Dios (1 
    Pedro 3:18). Entonces yo confesé mis pecados a Cristo y confié en ÉL para 
    salvación (Romanos 10:9). ÉL me redimió de la maldición de la ley (Gálatas 
    3:13). Yo había pecado y estaba condenado a un castigo eterno. ÉL llevó el 
    castigo y yo ahora estoy libre.
La inmutable ley de Dios requiere una justicia perfecta 
    que yo nunca podía esperar obtener por mi mismo. Nuevamente miré hacia ÉL 
    y encontré que “el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que 
    cree” (Romanos 10:4). La ley requiere pureza inmaculada, y yo estaba manchado 
    por el pecado. Nuevamente miré “Al que nos amó y nos lavó de nuestros pecados 
    con su sangre” (Apocalipsis 1:5).
Yo era un hijo de desobediencia, un hijo de ira; “Mas 
    a todos los que le recibieron, a los que creen en Su Nombre, les dio potestad 
    (el derecho) de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). En ÉL no solo encontré 
    a mi Sustituto y a mi Salvador, sino a quien suple cada una  de las necesidades de mi vida.
Deseo hablarte de este Salvador, “Porque no hay otro 
    nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 
    4:12). ¿Has recibido a Cristo como tu Sustituto? ÉL es el único que puede 
    quitar la culpa y la condenación del pecado. “Porque la paga del pecado es 
    muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro 
    (Romanos 6:23).
Cree que Él murió por ti y que resucitó nuevamente para 
    proveer el camino para tu salvación. Arrepiéntete de tus pecados y pon tu 
    confianza en Jesucristo como tu Sustituto y estarás eternamente a salvo de 
    las consecuencias del pecado (Hechos 13:38, 39). Entonces podrás decir verdaderamente, 
    “Cristo es mi Sustituto”. 
¿Quién Mató Realmente a Jesús?

No 
    hay fin para el debate en cuanto a quién mató a Cristo. No hay duda de que 
    históricamente los romanos tuvieron un papel clave, como también el Sanedrín 
    (el Concilio gobernante judío). Judas fue culpable porque traicionó a Cristo. 
    Pilato, el gobernador también tiene culpa por permitir que un Hombre inocente 
    fuera condenado a muerte y ejecutado. Pero todas estas preguntas se desvanecen 
    hasta la insignificancia cuando nos damos cuenta de que Cristo murió por cada 
    uno de nosotros y que fue por nuestros pecados que ÉL sufrió, sangró y murió. 
    “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el 
    Justo (Jesucristo) por los injustos 
    (es decir, nosotros), para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18).
Cada 
    uno de nosotros tenemos que llegar al punto en que reconozcamos nuestra responsabilidad 
    personal por la muerte de Cristo. Yo tengo que confesar esta verdad: “El Señor 
    Jesús murió por mi. Yo merecía la muerte; yo merecía el juicio de Dios, pero 
    mi Sustituto murió en mi lugar. Fue por mis pecados que ÉL sufrió y murió”. 
    Alguien dijo: “Cristo murió—eso 
    es historia; Cristo murió por mí—eso es salvación”. Tu iglesia 
    no te puede salvar. Tus ceremonias y ritos religiosos no te pueden salvar. 
    Tus buenas obras no te pueden salvar. Sólo Cristo puede salvarte y tienes 
    que confiar en ÉL y solamente en ÉL. “Cree en el Señor Jesucristo y serás 
    salvo” (Hechos 16:31). “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la 
    tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Isaías 45:22).
¿Cuál Cruz te Representa a Ti?

Había 
    tres cruces en el monte del Gólgota. En la cruz del centro colgaba el Salvador 
    del mundo, sufriendo por nuestros pecados, llevando a cabo la gran obra de 
    redención. En las otras dos cruces había dos criminales, ambos eran culpables 
    de crímenes dignos de muerte. Consideremos estas tres cruces:
1) La cruz de REDENCIÓN
El Señor Jesús es el gran Redentor, el único Salvador 
    de Dios. ÉL realizó la obra de redención cuando pagó el gran precio de la 
    redención: “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra 
    vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas 
    corruptibles, como oro o plata, sino con 
    la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación 
    (1 Pedro 1:18-19).
Jesús, hablando de Su muerte, dijo estas palabras: “Y yo, si fuere 
    levantado de la tierra (en la cruz), a todos atraeré a mi mismo” (Juan 12:32). 
    Todos los hombres son atraídos a la cruz del centro donde tienen que decidir 
    lo que harán con el Cristo crucificado. Puedes elegir recibirlo o rechazarlo, 
    pero no puedes ser neutral: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para 
    condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, 
    no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído 
    en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:17-18). “El que cree en el 
    Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, 
    sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).
Toda persona tiene la opción de creer en Cristo o de rechazar al 
    Salvador. Los dos criminales que murieron cerca del Señor Jesús representan 
    estas dos opciones:
2) La cruz de RECHAZO
Uno de 
    los malhechores blasfemó y habló contra Jesús diciendo, “Si tú eres el Cristo, 
    sálvate a ti mismo y a nosotros” (Lucas 23:39). Este hombre murió en incredulidad. 
    El murió en sus pecados (Juan 8:42), con sus pecados sin perdonar o retenidos. 
    Murió sin Dios y sin esperanza. El Salvador del mundo estaba al lado de él, 
    pero él rehusó confiar en ÉL. El rechazó el único remedio para el pecado, 
    la única cura. Recordamos las trágicas palabras de Jesús que se encuentran 
    en Juan 5:40—“Y no queréis venir a mí para que tengáis vida”.
3) La cruz de ARREPENTIMIENTO 
    Y RECEPCIÓN
El Ladrón en la Cruz que 
    se Volvió a Jesús
Lucas 23:39-43
39  Y uno de los malhechores 
    que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate 
    a ti mismo y a nosotros.
40  Respondiendo el otro, le 
    reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación?
41  Nosotros, a la verdad, justamente 
    padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún 
    mal hizo.
42  Y dijo a Jesús: Acuérdate 
    de mí cuando vengas en tu reino.
43  Entonces Jesús le dijo: De 
    cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Había 
    otro criminal muriendo cerca de Jesús. Primero este hombre se burló de Jesús 
    igual como hizo el otro criminal (Mateo 27:44). Pero luego sucedió algo. El 
    cambió. El pensó diferente sobre Jesús. El se arrepintió. El temió a Dios. 
    El sabía que estaba en un lugar de condenación (Lucas 23:40). El sabía que 
    era un pecador culpable, un criminal condenado y que estaba recibiendo exactamente 
    lo que merecía (Lucas 23:41). El también sabía que el Hombre al lado de él, 
    en la cruz del centro, era inocente y que no había hecho ningún mal (Lucas 
    23:41).
Este hombre 
    culpable reconoció que Jesús era la Solución de su problema y que Jesús era 
    su única esperanza. Con fe se volvió al Salvador y dijo, “Señor, acuérdate de mí cuando vengas en tu 
    reino”. De alguna manera supo que todos los horrores de la crucifixión 
    no derrotarían al Señor, sino que finalmente ÉL sería Rey y que tendría un 
    reino y él deseaba ser parte de ello. El Señor honró su fe prometiéndole un 
    glorioso futuro que comenzaría antes de terminar el día: “De cierto te digo 
    que hoy estarás conmigo en el paraíso”. Su 
    día comenzó con la crucifixión, pero terminó en el paraíso, en la presencia 
    de su recién encontrado Salvador.
Muchos 
    nos dicen hoy que para ser salvo tienes que vivir una buena vida, hacer buenas 
    obras, asistir a la iglesia, ser bautizado, etc. Todas estas cosas tienen 
    su lugar, pero ninguna de ellas salva a una persona. Ten presente que el ladrón 
    en la cruz no podía hacer ninguna de estas cosas. El no podía bajar de la 
    cruz para ser bautizado o incorporarse a una iglesia. El no podía vivir una 
    vida buena ni hacer buenas obras, porque ya había vivido una vida mala y había 
    hecho malas obras y estaba siendo ejecutado por sus crímenes. Todo lo que 
    tenía era a Jesucristo y eso era todo lo que necesitaba. La salvación se encuentra 
    sólo en Cristo, y solamente en ÉL.
¿Qué de ti? ¿Has recibido al Señor 
    Jesús como a tu Salvador? “Mas a todos los que le 
    recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos 
    de Dios” (Juan 1:12). Tu DECISIÓN determinará tu DESTINO. 
    ¿Quieres ser como el ladrón en la cruz que rechazó al Salvador o quieres ser 
    como el ladrón en la cruz que recibió al Salvador y lo aceptó por fe? ÉL sufrió 
    por ti. ÉL murió por ti. ÉL resucitó otra vez por ti. Él solo pide que pongas 
    tu fe en ÉL y solamente en ÉL.
Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, 
    así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado,
Para que todo aquel que en él cree, no se pierda, 
    mas tenga vida eterna.
Porque de tal manera 
    amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que 
    en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:14-16). 
***   ******   ***