¿Por Quién Murió Cristo?

 

Una Defensa de la Expiación Ilimitada

 

 

 

 

Los Defensores y Detractores del Hecho de que Cristo Murió por Todos

 

 

Al establecer cualquier doctrina, la Palabra de Dios es lo único que cuenta. “Sea Dios veraz y todo hombre mentiroso” (Romanos 3:4). Habiendo ya establecido por las Escrituras que sobre Cristo fueron cargados los pecados de todos nosotros, es interesante considerar lo que otros grandes hombres piadosos del pasado han dicho sobre este asunto del alcance universal de la expiación.

 

Norman F. Douty, en su excelente libro The Death of Christ, nombra como 70 maestros líderes de la Iglesia, desde los primeros siglos hasta la era moderna, que apoyaban con firmeza que Cristo murió a favor de todos los hombres, no solamente de los elegidos (pp.136-163). Algunos de los nombres de su lista: Clemente de Alejandría, Eusebio, Atanasio, Crisóstomo, Agustín, Martín Lutero, Hugo Latimer, Myles Coverdale, Thomas Cranmer, Felipe Melanchton, Arzobispo Ussher, Richard Baxter, John Newton, John Bunyan, Thomas Scott, Henry Alford, Philip Schaff, Alfred Edersheim, H.C.G. Moule, W.H. Griffith Thomas y A.T. Robertson.

 

Las citas siguientes son de interés:

 

“Aunque la sangre de Cristo es el rescate de todo el mundo, están excluidos de su beneficio los que, estando conformes en su cautividad, no quieren ser redimidos por ella” (Próspero, quien  murió en el año 463 D.C.).

 

“Cristo murió por todos, a pesar de eso, sin embargo, no todos reciben los méritos de su muerte…ellos desprecian la gracia ofrecida” (Benedicto Aretius, 1505-1575).

 

“Podemos concluir que el Cordero de Dios, al ofrecerse a Sí mismo en sacrificio por los pecados de todo el mundo, quiso, al dar suficiente satisfacción a la justicia de Dios, hacer a la naturaleza del hombre, que ÉL asumió, un objeto idóneo de la misericordia, y preparar un remedio para los pecados de todo el mundo, que no debe ser negado a nadie que quiera beneficiarse de él” (Arzobispo Ussher, 1581-1656). [Citado por James Morison, The Extent of the Atonement, p.136).

 

James Morison argumenta que la doctrina de la expiación limitada nunca fue enseñada en los primeros siglos de la historia de la iglesia:

 

La doctrina de la propiciación solo para los elegidos no tiene más que mil cuatrocientos años. Esa doctrina no era conocida durante los primeros tres gloriosos siglos de la era cristiana. No fue conocida ni siquiera por doscientos años después. Esto es con seguridad un hecho contundente y debería hacer pensar y meditar a algunos hombres antes de condenar. “Yo pienso”, dice el ilustre Obispo Davenant, un hombre muy versado en la historia de la iglesia y en los escritos de los Padres, “que podemos afirmar con certeza que antes de la disputa entre Agustín y Pelagio, no había cuestionamiento respecto a la muerte de Cristo, si acaso debía extenderse a toda la humanidad o restringirse solo a los elegidos. Porque los Padres, cuando hablaban de la muerte de Cristo, nos la describían como realizada y sufrida para la redención de la raza humana; y ni una palabra (que yo sepa) se dijo por ellos de que, por decreto de Dios, alguien quedara excluido. Ellos están de acuerdo que solamente beneficia a los que creen, sin embargo confiesan en todo lugar que Cristo murió a favor de toda la humanidad. [Luego él cita a Clemente de Alejandría, Orígenes, Primasio, Atanasio y Próspero).

 

El Obispo Davenport continúa dando más detalles en cuanto a la opinión de Agustín: “Aseguramos, por tanto, que Agustín nunca trató de impugnar la proposición de los semi-pelagianos, de que Cristo murió por toda la raza humana… Porque Agustín nunca consideró errónea la afirmación de que “Cristo murió por la redención de toda la raza humana;” y tampoco reconoció ni defendió que “Cristo no murió por todos los hombres, sino solamente por los predestinados.”

 

Agustín murió en el año 429 D.C. y hasta ese tiempo al menos, no hay la más mínima evidencia que algún cristiano siquiera soñara de una propiciación solo para los elegidos. Incluso después de él, la doctrina de una propiciación limitada fue difundida lentamente y por mucho tiempo no fue recibida sino parcialmente. [James Morison, The Extent of the Atonement pp.114-117).

 

 

Defensores más recientes de una Expiación Ilimitada son los siguientes: D.L. Moody, Albert Barnes, L.S.Chafer, John Walwoord, Robert Lightner, William Newell, R.C.H. Lenski, D. Edmond Hieber, Robert Gromacki, E. Schuyler English, R.A.Torrey, Charles Ryrie y todos los miembros de las Iglesias Independientes Fundamentales de América que han incorporado la expiación ilimitada como parte de su declaración de fe.

 

Nota: Uno de los hombres mencionados en el párrafo anterior es el notable comentarista Albert Barnes (1798-1870), quien era un predicador presbiteriano y expositor de la Biblia. En 1835 fue llevado a juicio por el Segundo Presbiterio de Filadelfia por su creencia en una expiación ilimitada, pero fue absuelto. El caso continuó causando conmoción en la denominación y ese fue uno de los motivos de la división de la Iglesia Presbiteriana en Estados Unidos en 1837. Ver The Wycliffe Biographical Dictionary of the Church, p.29. Es interesante leer los comentarios de Barnes sobre pasajes como Juan 3:16; 1 Juan 1:29; Hebreos 2:9; 1 Timoteo 2:4-6; 1 Juan 2:2.

 

 

Los que son defensores de una Expiación Limitada incluyen a Berkhof, Crawford, Cunningham, Eldersveld, Haldane, Hodge, Lloyd-Jones, John Murray, Owen, Packer, Pink, Smeaton, Spurgeon, Stonehouse y Warfield. A esta lista podemos agregar John Gerstner, Gary Long, David N. Steele, Custis C. Thomas, W.E.Best, John MacArthur y muchos otros. Aunque estamos en desacuerdo con estos hombres en esta materia, no los difamamos, como al parecer ha hecho Charles Spurgeon con los que sostienen una expiación ilimitada:

 

 

“Puede haber hombres con mentes tan torcidas que pueden concebir que es posible que Cristo muriera por un hombre que luego se pierde. Yo digo, que puede haber algunos. Lamento decir que aún se pueden encontrar personas cuyos cerebros han sido tan confundidos en su niñez, que no pueden ver que lo que están sosteniendo es tanto una absurda falsedad como una calumnia blasfema…Me siento conmocionado con solo mencionar tan horroroso error y si no fuera porque es tan común, lo pasaría por alto con el desprecio que merece” (citado por Norman Douty, The Death of Christ, p.163).  

 

 

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